13 de octubre de 2009

DIME QUÉ LEES Y TE DIRÉ CÓMO ESCRIBES. UNA CRÍTICA AUTOCRÍTICA

Este ensayo estará enfocado a hacer una crítica a los escritos actuales, ya sean escolares, académicos o científicos, principalmente jurídicos, para ello me apoyaré en diversos autores que ha lo largo de su carrera han enfocado sus esfuerzos al estudio de la literatura en general.
Actualmente resulta un lugar común (al menos para mí), casí una verdad de perogrullo, decir que las lecturas influyen en lo que se escribe, es decir, no podría entenderse a grandes pensadores de nuestro tiempo sin identificar sus lecturas previas, las cuales influyeron en ellos en su forma de pensar y por ende en su forma de escribir.
No podríamos entender a Martha Nussbaum sin Aristóteles, a Leo Strauss sin Platón, al gran Claude Lefort sin el gran Maquiavelo, a Carl Schmitt (e incluso a Norberto Bobbio) sin Hobbes, a Marx sin Hegel, a Hanna Arendt sin los clásicos grecolatinos (incluso romanos) (1), o, para hablar de autores más comerciales, no podríamos entender a Laura Esquivel sin Gabriel García Márquez (para mí sus obras son todas un "macondito"), para decirlo pronto, ¿se podría entender alguna lectura sin los Dialógos de Platón?
¿Pero qué sentido tiene todo esto? Pues simplemente dar un botón de muestra de lo importante que es la lectura en la formación del pensamiento contemporáneo, ya que me resulta imposible pensar que en la actualidad seamos capaces de innovar de la nada, de descubrir el hilo negro o inventar el agua tibia sin un conocimieto previo; todas las ideas modernas tienen antecedentes, ya sean muy remotos o recientes, pero tienen una base que las sostiene.
Es así que en este ensayo sostengo que la lectura es una penitencia de la humanidad, pero una penitencia de esas que debe de dar gusto cumplir, de esas que se disfrutan y se gozan, la lectura debe ser una necesidad para el hombre, casi como comer y dormir, debe ser algo inseparable e imprescindible; quien lea será capaz de comunicarse y expresarse libre y abiertamente...
Ahora sí, vayamos con los abogados, debo aclarar que estudio derecho, la licenciatura y la maestría, es por esto que mi crítica será autocrítica.
En 1988 Italo Calvino (espero que los abogados tengan idea de quién es) publicó un libro muy sugerente, Seis propuestas para el próximo milenio (2), en donde hace una serie de propuestas a los escritores, haré una breve enunciación de ellas: levedad (hablar poco, fácil, pero decir mucho), rapidez (escritura agil, movible y desenvuelta), exactitud (lenguaje preciso, no ser indefinido, mejor lenguaje, mejor literatura), visibilidad (la expresión verbal es la más importante, la escritura debe guíar el relato), multiplicidad (tener conexiones entre hechos personas y cosas, evitar la vaguedad), el arte de empezar y el arte de acabar (aceptar límites y reglas).
Todo esto viene al caso para hilar uno de mis argumentos principales, pues sostengo que los abogados deben de escribir con soltura, deben de dejar de ser los interprétes de las leyes (es decir, de todos los códigos, Constituciones y reglamentos) y pasar al plano de creación del conocimiento, por supuesto que alguién iuriscentrista me podrá refutar que las ideas de Calvino son para literatos y grandes escritores, pero ¿por qué limitarse, acaso los abogados somos incapaces de ser buenos escritores aun cuando los temas jurídicos se crea que son técnicos? ¿o sea que no aspiramos a tener intelectuales jurídicos que sean capaces de difundir el conocimiento jurídico de una manera amable y facílmente?
Por supuesto que no estoy proponiendo que los libro de derecho inicien con frases como "Érase una vez", o "Había una vez", ni siquiera como la más famosa de todas "En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme" (espero que sepan que es de Cervantes en El Quijote).
Mi propuesta, para ya no darle más vueltas al asunto, es que si el derecho tiene pretensión de ser una ciencia, entonces debe proponerse hacer escritos de divulgación, no es posible que existan libros que el lenguaje utilizado con trabajos lo entienda el autor, ¿que acaso no es una pretensión de cualquier libro hacer el conocimiento o su contenido accesible a cualquier tipo de público? Se trata de pensar qué queremos, compradores de libros o lectores, pues de poco sirve tener una gran biblioteca en casa (esto es de abogados, grandes bibliotecas, empastadas y elegantes, impecablemente ordenadas, la duda es: ¿totalmente leídas?) si los libros no son capaces de aportar nada a la construcción del conocimiento jurídico.
No necesitamos abogados, para muestra un botón: grandes "líderes" de este país han sido y son abogados, y así que digamos que buen país tenemos, con grandes líderes y excelentes gobernantes, la verdad es que no. Necesitamos intelectuales, intelectuales jurídicos comprometidos, no el experto que se cree el sabelotodo pero que no es capaz de compartir y transmitir sus conocimientos, en palabras de Fernando Escalante: "el intelectual no es el experto o, para ser exactos, es quien no se mantiene en posición de experto, sino que busca el diálogo con lectores más o menos cultos, atentos, despiertos".(3)... (EN CONSTRUCCIÓN)





(1) Véase sobre este tema "Volver a los clásicos", Metapolítica, México, vol. 4, enero-marzo de 2000.
(2) Madrid, Siruela, 1998.
(3) A la sombra de los libros. Lectura, mercado y vida pública, México, El Colegio de México, 2007, p. 28.

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